martes, 17 de julio de 2012

Visita al Padre Tapia

por José Miguel Castel Sanjuán (Julio de 2012)




Saludos a toda la familia laboral. 

Soy José Miguel Castel Sanjuán, aragonés residente en la ciudad de Huesca. 

Por segundo año consecutivo, durante mi viaje estival a Galicia, donde reside toda mi familia política (¡ARRR!), he cogido el desvío al lugar llamado Caleruega, solar natal de Santo Domingo de Guzmán, fundador de los dominicos.   En el convento de los mismos reside el padre Tapia, mi antiguo (y de tantos otros) profesor de griego. Me estaba esperando en la entrada al mismo, rampa arriba, rampa abajo, con la impaciencia propia suya y el mismo nervio que le movía de izquierda a derecha del encerado en cualquiera de sus clases. 

Este año le presenté a mis dos zagales, Jorge y Daniel, que ansiaban bajar del coche y pasar página a la  sinuosa carretera CL111, que va desde la N234 (Soria-Burgos) hasta Caleruega, luego de atravesar los pueblos de Huerta de Rey y Arauzo de Miel. Atrás quedaban los ya casi dorados sembrados, que bordean la ruta, y pequeñas zonas boscosas donde disfrutaban a sus anchas, aquella todavía fresca mañana de finales de junio, conejos, perdices y ciervos (o gamos, que para mí, ignorante en el tema, los unos y los otros son todo lo mismo), y que ayudaban a mi hijo pequeño a olvidarse del temible "mareo" . 





Eran las 10,45 de la mañana y llegábamos con un cuarto de hora de retraso a lo que yo había pronosticado. Y es que en la carretera el hombre propone y Dios dispone,  pero siempre con permiso del Ministerio de Fomento, que no sé por qué carallo siempre se lía con obras en fechas cercanas a las vacaciones. 

Nos abrazamos como viejos conocidos, compitiendo en ver quién arreaba más fuerte en la espalda, le saludaron mis hijos y, luego de avisarle que la estancia sería corta, pues el camino pendiente de recorrer era todavía de unos 450 kilómetros, nos confundimos, prestos, en dirección a un  interior que llama al recogimiento y el reposo. 

El primer lugar en recalar fue la cocina y las despensas comunitarias, donde quedaron debidamente arranchados diversos productos oscenses, entre los que destacaba una garrafa de aceite de oliva, de mis olivos de variedad "arbequina",   aguardiente casero, amorosamente destilado con un alambique de cobre que adquirí hace ya muchos años en el norte de Portugal y una "trenza de Huesca", dulce típico de esta ciudad en la que resido. 




El año pasado le había prometido regalarle una "campana" de esas que en algunos lugares exponen como recuerdo. Fueron mis hijos los encargados de entregarle una que lucía en la parte superior una galana imagen de nuestra "Pilarica", ante su asombro al afirmar que no recordaba tal promesa. Pero yo, sí.   Y allí quedó acompañando al resto de la colección que lucen encima un pequeño armario. 
Por contra, nos obsequió con diversos dulces que amorosamente elaboran las monjas dominicas, a cuál más exquisito. 
Y ya me hubiera gustado quedarme a comer, pero, aparte del camino que me restaba, hacerlo con agua (por aquello de que la "benemérita" anda presta a hacerte "soplar") no cuadra con mis costumbres. ¡Otro ocasión será! 
Enseñó a mis hijos una de las habitaciones de la hospedería que ofrecen al viajero: sencilla, austera, pero surtida con lo imprescindible para hacer el descanso efectivo, y "con baño y una ducha en cada habitación", tal y como apuntilló con manifiesta satisfacción. Yo ya las había visto en mi anterior visita. La demanda no suele ser elevada, ya que muchos turistas prefieren a veces mejores comodidades y más surtida cocina, eligiendo establecimientos hoteleros cercanos. El viajero que opta descansar en este lugar es consciente  de que las frivolidades de la vida actual no tienen allí cabida.  Por el contrario,  encontrarán una gran paz, pareja a aquellas amplias estancias e interminables pasillos, frescos y oscuros, que acogen las piedras de la construcción,  y que mis hijos recorrían con asombro. "Podríamos jugar al fútbol de punta a punta", señaló Jorge Miguel, mi hijo mayor, a lo que el padre Tapia asintió con una amplia sonrisa. Aviso:  durante las fiestas locales en honor al santo, se suelen cerrar las puertas a los visitantes, para así, en la oración y el recogimiento más estricto honrar, como se merece, la memoria de este Santo Domingo, alejados del profano bullicio exterior. 

Si el año pasado me dio a conocer las modernas instalaciones, informatizadas, que pueden acoger convenciones y amplias reuniones, en esta ocasión visitamos la "bodega de la beata Juana", luego de bajar unas empinadas y estrechas escaleras, donde, según  la tradición, tuvo lugar el milagro que consistió en que unas cubas aparecieron llenas nuevamente de vino, luego de que Juana las vaciara para dárselas a los pobres de la villa, aprovechando que su marido andaba guerreando. 
Mis hijos corrieron por los alrededores del "torreón de los Guzmanes", del siglo XII, que todavía no he visitado. Y antes de marchar conocimos una pequeña y surtida biblioteca, donde se recoge toda la producción de los monjes dominicos, donde destaca una extensa cantidad de gruesos volúmenes y que recoge, manuscrita, la producción de otro dominico que tanto conocemos muchos de nosotros, por el magisterio con el que nos alumbró durante nuestra estancia en la UNI. 
- "¿Nos sentimos jóvenes? ¡Nos sentamos, jóvenes!   A ver, Castel, dos números impares, entre el uno y el nueve." 
-" El tres y el cinco". 
- "Tres por cinco, quince. Vaya, le ha tocado, señor Visiedo". 
¡Bien sabía él a quién iba a sacar ese día!




Por supuesto, me refiero al padre Gago, a quien saludo cordialmente desde este estrado. Jamás le he he olvidado, pese al tiempo transcurrido. Es más, durante mis años en la milicia (ya sabéis que serví en la Armada durante 12 años como radiotelegrafista), en mis períodos como profesor de especialistas y novatos en general, yo mismo plagié ese procedimiento de requerir una respuesta, a la vez que trataba de compaginar la alegría de la enseñanza, por mi parte, con la impaciencia del alumno. 

El padre Tapia, como bien demuestran las fotos, está casi como un crío. Tiene una memoria privilegiada, continúa con su producción literaria, renquea un poco de las piernas por lo que el uso interior del ascensor es casi obligado, pues no en vano son ya 75 los años recién cumplidos, es amigo de sus amigos y puedo aseguraros que, en contra de lo opinión que algunos tuvieran de él, "no es tan fiero el oso como lo pintan". Jamás la tuve yo de él entonces y ahora, menos. Tras la muerte de mi madre el año paso, sus palabras y sus oraciones me han ayudado a superar más rápidamente la pérdida. Gracias, padre Tapia. 

Algunos de vosotros os acordaréis de los "policlínicos". El último examen de griego era oral, en la pizarra, donde había que convencerle de que dominábamos aquellas endiablados verbos. Había dado una fecha para el comienzo de las pruebas y otra para el final. Entre medio, cada uno tenía que lanzarse al estrado. El día de comienzo coincidía con martes y trece (¿o viernes y trece? Bueno, es lo mismo para el caso) y nadie se atrevía a dar el salto. Yo, que me sabía la materia hasta en hebreo, decidí quitármela de encima cuanto antes y fui el primero en salir voluntario. La nota fue un 10. Luego, otros muchos, la igualaron en días posteriores. ¡Y pensar que el primer examen fue un 0 así de redondo! Habíamos llegado varios de Aragón con medio mes de retraso y aquel examen se nos vino encima al cabo de nada. Luego nos subimos al tren en marcha con mucha facilidad, gracias sobre todo al apoyo que nuestros compañeros nos brindaron para ponernos al día en la materia. ¿Os acordáis del dichoso "tren"?   Lo comenté  todo con él y nos reímos un rato con la anécdota. 

Acabada la visita, nos despedimos en la plaza mayor, que empezaba ya a contemplar la arrivada de algún que otro viajero, tan afectuosamente como nos reencontramos. Mis hijos partieron encantados, pidiéndome volver de nuevo para pasar la noche y echar alguna carrera por aquellos pasillos interiores, lo cual le prometí al padre Tapia, así como traer a mi mujer, que en esta ocasión había quedado trabajando en Huesca.



Y a las cinco y media de la tarde acababa la navegación en la villa de Ares, lugar de destino, próxima a la real villa, dos veces, de Mugardos y  a la ciudad de Ferrol. ¡Buena hora para merendar y templar la voz de acorde a la final de la Eurocopa! 

Un saludo cordial a todos y hasta otra. 

1 comentario:

  1. juan alfonso corbacho15 de septiembre de 2012, 11:29

    Que nostalgia me da reconocer al padre Tapia. De ti me acuerdo menos pero tu nombre me resulta entrañable.

    Un abrazo

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