Soy José Miguel Castel Sanjuán, aragonés residente en la ciudad de Huesca.
Por segundo año consecutivo, durante mi viaje estival a Galicia, donde
reside toda mi familia política (¡ARRR!), he cogido el desvío al lugar
llamado Caleruega, solar natal de Santo Domingo de Guzmán, fundador de
los dominicos. En el convento de los mismos reside el padre Tapia, mi
antiguo (y de tantos otros) profesor de griego. Me estaba esperando en
la entrada al mismo, rampa arriba, rampa abajo, con la impaciencia
propia suya y el mismo nervio que le movía de izquierda a derecha del
encerado en cualquiera de sus clases.
Este año le presenté a mis dos zagales, Jorge y Daniel, que ansiaban
bajar del coche y pasar página a la sinuosa carretera CL111, que va
desde la N234 (Soria-Burgos) hasta Caleruega, luego de atravesar los
pueblos de Huerta de Rey y Arauzo de Miel. Atrás quedaban los ya casi
dorados sembrados, que bordean la ruta, y pequeñas zonas boscosas donde
disfrutaban a sus anchas, aquella todavía fresca mañana de finales de
junio, conejos, perdices y ciervos (o gamos, que para mí, ignorante en
el tema, los unos y los otros son todo lo mismo), y que ayudaban a mi
hijo pequeño a olvidarse del temible "mareo" .
Eran las 10,45 de la mañana y llegábamos con un cuarto de hora de
retraso a lo que yo había pronosticado. Y es que en la carretera el
hombre propone y Dios dispone, pero siempre con permiso del Ministerio
de Fomento, que no sé por qué carallo siempre se lía con obras en fechas
cercanas a las vacaciones.
Nos abrazamos como viejos conocidos, compitiendo en ver quién arreaba
más fuerte en la espalda, le saludaron mis hijos y, luego de avisarle
que la estancia sería corta, pues el camino pendiente de recorrer era
todavía de unos 450 kilómetros, nos confundimos, prestos, en dirección a
un interior que llama al recogimiento y el reposo.
El primer lugar en recalar fue la cocina y las despensas comunitarias,
donde quedaron debidamente arranchados diversos productos oscenses,
entre los que destacaba una garrafa de aceite de oliva, de mis olivos de
variedad "arbequina", aguardiente casero, amorosamente destilado con
un alambique de cobre que adquirí hace ya muchos años en el norte de
Portugal y una "trenza de Huesca", dulce típico de esta ciudad en la que
resido.
El año pasado le había prometido regalarle una "campana" de esas que en
algunos lugares exponen como recuerdo. Fueron mis hijos los encargados
de entregarle una que lucía en la parte superior una galana imagen de
nuestra "Pilarica", ante su asombro al afirmar que no recordaba tal
promesa. Pero yo, sí. Y allí quedó acompañando al resto de la
colección que lucen encima un pequeño armario.
Por contra, nos obsequió con diversos dulces que amorosamente elaboran
las monjas dominicas, a cuál más exquisito.
Y ya me hubiera gustado quedarme a comer, pero, aparte del camino que me
restaba, hacerlo con agua (por aquello de que la "benemérita" anda
presta a hacerte "soplar") no cuadra con mis costumbres. ¡Otro ocasión será!
Enseñó a mis hijos una de las habitaciones de la hospedería que ofrecen
al viajero: sencilla, austera, pero surtida con lo imprescindible para
hacer el descanso efectivo, y "con baño y una ducha en cada habitación",
tal y como apuntilló con manifiesta satisfacción. Yo ya las había visto
en mi anterior visita. La demanda no suele ser elevada, ya que muchos
turistas prefieren a veces mejores comodidades y más surtida cocina,
eligiendo establecimientos hoteleros cercanos. El viajero que opta
descansar en este lugar es consciente de que las frivolidades de la
vida actual no tienen allí cabida. Por el contrario, encontrarán una
gran paz, pareja a aquellas amplias estancias e interminables pasillos,
frescos y oscuros, que acogen las piedras de la construcción, y que mis
hijos recorrían con asombro. "Podríamos jugar al fútbol de punta a
punta", señaló Jorge Miguel, mi hijo mayor, a lo que el padre Tapia
asintió con una amplia sonrisa. Aviso: durante las fiestas locales en
honor al santo, se suelen cerrar las puertas a los visitantes, para así,
en la oración y el recogimiento más estricto honrar, como se merece, la
memoria de este Santo Domingo, alejados del profano bullicio exterior.
Si el año pasado me dio a conocer las modernas instalaciones,
informatizadas, que pueden acoger convenciones y amplias reuniones, en
esta ocasión visitamos la "bodega de la beata Juana", luego de bajar
unas empinadas y estrechas escaleras, donde, según la tradición, tuvo
lugar el milagro que consistió en que unas cubas aparecieron llenas
nuevamente de vino, luego de que Juana las vaciara para dárselas a los
pobres de la villa, aprovechando que su marido andaba guerreando.
Mis hijos corrieron por los alrededores del "torreón de los Guzmanes",
del siglo XII, que todavía no he visitado. Y antes de marchar conocimos
una pequeña y surtida biblioteca, donde se recoge toda la producción de
los monjes dominicos, donde destaca una extensa cantidad de gruesos
volúmenes y que recoge, manuscrita, la producción de otro dominico que
tanto conocemos muchos de nosotros, por el magisterio con el que nos
alumbró durante nuestra estancia en la UNI.
- "¿Nos sentimos jóvenes? ¡Nos sentamos, jóvenes! A ver, Castel, dos
números impares, entre el uno y el nueve."
-" El tres y el cinco".
- "Tres por cinco, quince. Vaya, le ha tocado, señor Visiedo".
Por supuesto, me refiero al padre Gago, a quien saludo cordialmente
desde este estrado. Jamás le he he olvidado, pese al tiempo
transcurrido. Es más, durante mis años en la milicia (ya sabéis que
serví en la Armada durante 12 años como radiotelegrafista), en mis
períodos como profesor de especialistas y novatos en general, yo mismo
plagié ese procedimiento de requerir una respuesta, a la vez que trataba
de compaginar la alegría de la enseñanza, por mi parte, con la
impaciencia del alumno.
El padre Tapia, como bien demuestran las fotos, está casi como un crío.
Tiene una memoria privilegiada, continúa con su producción literaria,
renquea un poco de las piernas por lo que el uso interior del ascensor
es casi obligado, pues no en vano son ya 75 los años recién cumplidos,
es amigo de sus amigos y puedo aseguraros que, en contra de lo opinión
que algunos tuvieran de él, "no es tan fiero el oso como lo pintan".
Jamás la tuve yo de él entonces y ahora, menos. Tras la muerte de mi
madre el año paso, sus palabras y sus oraciones me han ayudado a superar
más rápidamente la pérdida. Gracias, padre Tapia.
Algunos de vosotros os acordaréis de los "policlínicos". El último
examen de griego era oral, en la pizarra, donde había que convencerle de
que dominábamos aquellas endiablados verbos. Había dado una fecha para
el comienzo de las pruebas y otra para el final. Entre medio, cada uno
tenía que lanzarse al estrado. El día de comienzo coincidía con martes y
trece (¿o viernes y trece? Bueno, es lo mismo para el caso) y nadie se
atrevía a dar el salto. Yo, que me sabía la materia hasta en hebreo,
decidí quitármela de encima cuanto antes y fui el primero en salir
voluntario. La nota fue un 10. Luego, otros muchos, la igualaron en días
posteriores. ¡Y pensar que el primer examen fue un 0 así de redondo!
Habíamos llegado varios de Aragón con medio mes de retraso y aquel
examen se nos vino encima al cabo de nada. Luego nos subimos al tren en
marcha con mucha facilidad, gracias sobre todo al apoyo que nuestros
compañeros nos brindaron para ponernos al día en la materia. ¿Os
acordáis del dichoso "tren"? Lo comenté todo con él y nos reímos un
rato con la anécdota.
Acabada la visita, nos despedimos en la plaza mayor, que empezaba ya a
contemplar la arrivada de algún que otro viajero, tan afectuosamente
como nos reencontramos. Mis hijos partieron encantados, pidiéndome
volver de nuevo para pasar la noche y echar alguna carrera por aquellos
pasillos interiores, lo cual le prometí al padre Tapia, así como traer a
mi mujer, que en esta ocasión había quedado trabajando en Huesca.
Y a las cinco y media de la tarde acababa la navegación en la villa de
Ares, lugar de destino, próxima a la real villa, dos veces, de Mugardos
y a la ciudad de Ferrol. ¡Buena hora para merendar y templar la voz de
acorde a la final de la Eurocopa!
Un saludo cordial a todos y hasta otra.
Que nostalgia me da reconocer al padre Tapia. De ti me acuerdo menos pero tu nombre me resulta entrañable.
ResponderEliminarUn abrazo